14. LA DIOSA MARI

"Mari es la diosa total (Pantea): en su figura convergen , como dice Barandiaran, funciones que en otras mitologías aparecen dispersas o repartidas en diferentes genios y númenes. Esta diosa es`omniparente ́, en el doble sentido de que lo pare o engendra todo y de que todo lo enlaza e implica. La Biblia vasca debería comenzar con este prólogo: En el principio era la Tierra y la Tierra era Mari y Mari era todas las cosas."

Andrés Ortiz-Osés, "La Diosa Madre (Interpretación desde la mitología vasca)"


Mari, ¿Origen paleolítico?

Mari hilando en la boca de su cueva junto a Ahari y Sugaar. Oleo de Paz Treuquil.
Mari hilando en la boca de su cueva junto a Ahari y Sugaar. Oleo de Paz Treuquil.

Mari es un ejemplo viviente de que las teorías de Marija Gimbutas iban bien encaminadas. Está Gran Madre (que recibe los nombres de Dama o Señora) representa, según la arqueóloga, un excepcional nexo con la cosmovisión originaria de los primeros europeos. Al igual que la Gran Diosa preindoeuropea, Mari es la figura central del panteón mitológico vasco, todos los demás seres y genios están supeditados a ella. Según la tradición, representa tanto a los fenómenos naturales (tormenta, viento,…) como a los animales (cuyas variadas formas adopta) y aparece vinculada a espacios sagrados (cuevas, manantiales, montañas,…). Es además sacerdotisa (sorgin) y rige la conducta de los seres humanos.

Pero además existen una serie de características que conectan el mito de Mari con el Paleolítico. El ejemplo más claro es que Mari esta estrechamente vinculada con las cuevas y el mundo subterráneo. Los genios y animales en los que se metamorfosea proceden según las leyendas del inframundo, lo que establece un vínculo (demasiado obvio para ignorarlo) con las expresiones artísticas y culturales de las cuevas prehistóricas del Cantábrico y el Pirineo. Son indudables los paralelismos con otras culturas indígenas en las que la cueva se concibe como entrada al útero de la Madre-Tierra, lugar dónde se gestan todas las criaturas vivientes. Así describe J.M. de Barandiaran la relación entre Mari y el mundo subterráneo:

“Mari viene a ser un núcleo temático o punto de convergencia de diversos temas míticos. Atendiendo a algunos de sus atributos, como el dominio de las fuerzas terrestres y de numerosos genios subterráneos y su identificación con muchos fenómenos y agentes telúricos, nos inclinamos a considerarla como un símbolo (o personificación) de la Madre Tierra […] Las habitaciones ordinarias de Mari son las regiones situadas en el interior de la tierra, que comunican con la superficie por diversos conductos que son las cavernas y los precipicios. Por estas razones, Mari aparece preferentemente en estos lugares” J.M. de Barandiaran, “Mitos del pueblo vasco”

Por su parte, Andres Ortiz-Osés, explica así el posible origen paleolítico del mito de Mari:

“El trasfondo arquetípico de la mitología vasca hay que inscribirlo en el contexto de un Paleolítico dominado por la Gran Madre, en el que el ciclo de Mari y sus metamorfosis ofrece toda una simbología típica del contexto matriarcal-naturalista. De acuerdo con el arquetipo de la Gran Madre, esta suele encontrarse relacionada con los cultos de fertilidad, como en el caso de Mari, quien es la hacedora de lluvia o pedrisco, aquella de cuyas fuerzas telúricas dependen las cosechas, la vida y la muerte, la suerte (gracia) y la desgracia.

Mari no es sino la proyección de una experiencia primigenia: la experiencia vivida bajo el misterio del embarazo femenino, de la alimentación y cocción femeninas, de la magia curativa de la mujer, del hogar como centro de la casa. Mari no solamente es la epifanía de Ama Lur (La madre Tierra/naturaleza y sus fuerzas personificadas) sino que representa el ordo natural, cuyas redes teje y desteje en las astas de su carnero. A esta divinidad máxima vasca se le ofrenda simbólicamente el carnero, animal sagrado por excelencia, cargado de valores curativos y mágicos […] Mari representa el arquetipo matriarcal predominante en el Paleolítico […] La Gran Diosa vasca Mari es claramente el símbolo de la Vida, la naturaleza y sus fuerzas telúricas” Andrés Ortiz-oses, “El Matriarcalismo vasco”


La multiapariencia de Mari

Las metamorfosis de Mari. Oleo de Angel Elvira.
Las metamorfosis de Mari. Oleo de Angel Elvira.

Ya hemos visto en la primera parte de este trabajo como, según las investigaciones de la arqueóloga Marija Gimbutas, la Diosa de la vieja Europa neolítica a pesar de personificar la unidad de todos los seres, fuerzas y ciclos de la naturaleza aparece representada de muy diversas formas (humanas y zoomorfas) y adoptando diferentes roles. Muchos de los escépticos que cuestionaron (y cuestionan) el extraordinario trabajo de recomposición histórico que realizó Gimbutas, no tendrían más que admitir lo correcto de las líneas generales de su teoría en cuanto estudiaran con un mínimo de detenimiento el mito de Mari. Así nos explica J.M de Barandiaran, el carácter unitario de Mari a pesar de su multiapariencia:


“A pesar de la variedad de formas que los relatos populares atribuyen a Mari, todos convienen en que ésta es un genio de género femenino. Mari toma generalmente figuras zoomorficas en sus moradas subterráneas y forma de mujer en la superficie de la tierra y de mujer o de una hoz de fuego cuando atraviesa los aires. Las figuras de animales, como la de toro, de macho cabrío, de novillo rojo, de caballo, de serpiente, de buitre, etcétera, a que hacen referencia las narraciones relativas al mundo subterráneo, representan, pues, a Mari y a sus subordinados, es decir, a los númenes telúricos” J.M. de Barandiaran, “Mitos del pueblo vasco”

El sentido de estas metamorfosis y de su multiapariencia puede ser comprendido a través de la diferenciación entre los conceptos teológicos de trascendencia e inmanencia, es decir, en el hecho de que Mari no es ajena a su propia creación (como los trascendentes Dioses indoeuropeos y semitas), sino que ella misma es la creación (inmanencia) y, por tanto, todos los seres y fenómenos naturales no son más que distintas expresiones de una misma realidad: de Mari.

Por tanto, y aunque sin dejar de lado el proverbio vasco de que “todo los que tiene nombre existe”, cuando hablamos de Mari o de la Gran Diosa preindoeuropea, no nos estamos refiriendo a un ser de carácter sobrenatural, sino a un símbolo, en palabras de Josu Naberan a un nombre (izen) que señala una realidad auténtica (izan): la de la naturaleza como un Todo.


Los diferentes nombres que adopta Mari suelen estar vinculados a los lugares sagrados de cada valle o comarca. Así, como Señora o Dama de la naturaleza, encontramos los siguientes nombres entre otros muchos: Anbotoko Sorgina (La Bruja de Anboto), Aketegiko Damea (La Dama de Aketegi), Yona Gorri (Señora Roja), Txindokiko Mari (Mari de Txindoki), Aralarko Damea (Dama de Aralar), Arrobibeltzeko Andra (Señora de Arrobibeltz), Lezeko Andrea (Señora de la Caverna) en AsKain,etc…

"La multi-apariencia de Mari se convierte en algo de sobra sabido, así como su multi-situación en numerosos puntos geográficos vascos. Mari es recogida en numerosas leyendas de diferentes formas, y es percibida bajo diversos aspectos. A veces percibiendo una coherencia más o menos palpable entre forma y función. Mari aparece desde como una Dama vestida en satén rojo y con apariencia de una muy alta alcurnia, hasta como una aldeana más a veces identificable por poseer un pie de pato o de Oca (lo que la describe como Reina de las Lamias), pasando por: una mujer que sobrevuela el cielo montada en un carro tirado por cuatro caballos, o sobrevolando el cielo como una hoz de fuego enorme, volando sobre una escoba (como atributo de Brujería, convirtiéndola también en Diosa de la Brujería), montada sobre un carnero, volando con la Luna Llena como Corona, como una Dama Blanca, como un árbol con torno femenino (de ahí que existiera la costumbre de dejar ciertas ofrendas a Mari bajo árboles cuyo torso evocara el cuerpo de una mujer), contando además las numerosas leyendas que nos hablan de una Mari metamorfoseada en numerosos animales: carneros, gatos, patos, caballos, perros, etc, revelando un indudable carácter chamánico a su ya muy amplia colección de aptitudes” Jack Green, “La Diosa Mari”

Mari sobrevolando los campos como un "haz de fuego". Oleo de Angel Elvira.
Mari sobrevolando los campos como un "haz de fuego". Oleo de Angel Elvira.

“Mari ha sido vista en Zaldibia en figura de mujer que despide llamas; como mujer envuelta en llamas que, tendida horizontalmente en el aire, cruza el espacio (en Bedoña); que despide fuego y que, unas veces, arrastra una barredera y, en otras, unas cadenas (según el ruido que la acompaña), conforme a noticias de Errezil; señora que va montada sobre un carnero (Zegama y Oñati); que tiene su cabeza rodeada de la Luna llena (Azkoitia); mujer que tiene pies de ave (Garagartza); señora con pie de cabra, según el Lívro dos Linhagens del Conde D. Pedro; de figura de macho cabrío (Auza del Baztán); de la de caballo, según leyendas de Arano; de la de novilla (Oñati); de la de cuervo ha sido vista en la cueva de Aketegi; de la de buitre en la gran cueva de Supelegor o Supelaur del monte Itziñe, según creencias de Orozco; de la de un árbol cuya parte delantera semeja una mujer, o de la de árbol que despide llamas por todos sus lados, según cuentan en Oñate; de la de nube blanca, según la han visto en Durango y en Ispáster; del arco iris en Durango; en Escoriatza aparecía en forma de ráfaga de viento.

En Zerain cuentan que una hija del caserío Eguskitza de Mutiloa llegó a tocar el arco iris y quedó convertida en Mari. En Oñati, Segura y Orozko dicen también haberla visto en forma de globo de fuego. Frecuentemente se presenta en forma de una hoz de fuego, y así la han visto atravesar el firmamento, según relatos de Ataun, Zegama y Zuazo de Gamboa. En Lizarraga llaman Damatxo a Mari y dicen de ella que pasa a la caverna de Putterri atravesando los aires como un avión que lanzara para atrás un reguero de chispas. En la gruta de Zelharburu (Bidarray) se la ve petrificada en forma más o menos aproximada de torso humano.“J.M. de Barandiaran, “Mitos del pueblo vasco”

Señora de los fenómenos atmosféricos

Mari "llamando" a la tormenta.
Mari "llamando" a la tormenta.

Según la tradición oral vasca, Mari también se manifiesta a través de distintos fenómenos atmosféricos que ella misma provoca:

“Según cuentan en Oñati y Aretxabaleta, cuando Mari se halla en Anboto llueve copiosamente; cuando en Aloña, hay sequía pertinaz. En Orozko dicen que cuando Mari se halla en Supelaur se recoge abundante cosecha. Mari fragua tempestades. En Oiartzun dicen que las forma en Aralar y en Trinidademendi. En Zegama y en otros pueblos del Goierri guipuzcoano se cree que las lanza, bien desde la cueva de Aketegi, bien desde la de Murumendi. En Arano dicen que las envía de una sima de Mugiro, y que ella cruza entonces los aires en figura de caballo. En Gorriti creen que Mari saca las nubes tormentosas de una sima de Aralar. Los vientos tempestuosos los suele sacar de un pozo situado junto al puente de Maimur, según creencias de Leiza. En muchos pueblos de Álava creen que tales vientos y nubes salen de la sima de Okina. En Cuartango dicen que salen del lago de Arreo. En Rioja es frecuente oír que vienen del pozo de Urbión. En la región de Lescun dicen que Jonagorri (Mari), que habita en el pico de Anie, los lanza desde su morada. En Tolosa dicen que Mari, montada en un carro tirado por caballos, cruza los aires durante las tormentas, dirigiendo las nubes. Sólo el dejarse ver este numen suele ser señal de próxima tormenta. Montada en un carnero se peinaba Mari en la entrada de la caverna de Muru. Lavaba la casa con el pie izquierdo. Le preguntaron a ver para qué estaba aderezándose. Ella contestó: «es que hoy tengo que ir a segar trigo en Navarra». Aquella tarde un pedrisco asoló los trigales de Navarra.” J.M. de Barandiaran, “Mitos del pueblo vasco”

Por tanto Mari, como personificación de la totalidad de la naturaleza, provoca todo tipo de fenomenos atmosféricos, unas veces beneficiosos y otras veces dañinos (para los intereses humanos, claro ésta). Así nos lo explica Josu Naberan:

"Mari, ¿Cuál es la realidad significada por tal nombre? La naturaleza como un Todo. Pues Mari o la Señora (Anderea) no se circunscribe en su actuar y en su estar sólo a la tierra, sino que abarca los tres reinos (mineral, vegetal y animal) y los cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego [...] es el origen tanto del bien como del mal, a semejanza de la divinidad preindoeuropea arcaica.

Para empezar, como dueña absoluta de la vida, tanto puede dar la vida como quitarla. […] Puede hacer beneficios como provocar daños, proteger los rebaños como desatar la tormenta. Por lo tanto, Mari no es la divinidad benefactora típica que entendemos normalmente como Diosa. […] En una palabra, es la Diosa o la madre asilvestrada, imagen de la naturaleza salvaje.” Josu Naberan, “La vuelta de Sugaar”

Mari como hilandera de la Red sagrada de la vida

La Rueca de la vida. Oleo de Paz Treuquil.
La Rueca de la vida. Oleo de Paz Treuquil.

La tradición oral describe con frecuencia a Mari hilando en la boca de las cuevas, en la frontera mítica entre el mundo visible y el invisible, los cuales une simbolicamente a través de su hilo dorado. Mari es ayudada en su labor de hilado por Ahari (el origen del hilo), un ser mitad hombre, mitad carnero, que parece jugar un papel análogo al que en otras regiones vascas representa Akerbeltz (Chivo negro) como regente del inframundo. Ambos seres antropomorfos simbolizan por igual el principio de fertilidad masculino de la naturaleza, que cíclicamente activa la regeneración de la vida desde el interior del laberinto, desde el vientre de Ama Lur (Madre tierra).

La complicidad amorosa (Hierogamia) entre el Dios Astado y la Dama vasca es claramente manifiesta. Así, algunas leyendas (Zegama) describen a Mari hilando acostada, mientras apoya su cabeza sobre el cuerpo también tumbado de Ahari, y utiliza los cuernos del hombre-carnero para devanar el hilo dorado de su madeja.

Este precioso simbolismo en torno al hilo como metáfora de vida y de los conceptos duales que la contienen, debió de ser de gran importancia para nuestros ancestros y habría que preguntarse si la raíz preindoeuropea ari que aparece en los nombres de Mari y Ahari pueda estar relacionada con el vocablo vasco hari (hilo). Y lo mismo podríamos decir de otra palabra clave vinculada al concepto de inframundo: arima (alma en euskera, palabra euskerika que como se viene demostrando recientemente nos es de origen latino, sino preindoeuropeo).


Algunos otros relatos que describen a Mari hilando en la boca de las cuevas fueron recogidos por el etnógrafo J.M. de Barandiaran:

“En Goiatz cuentan que se ocupa en desmadejar el hilo en el portal de su habitación en la montaña de Murumendi, sobre todo cuando hace sol y hay nubarrones tempestuosos en el cielo. En Zuazo de Gamboa dicen que Mari hace ovillos con hilo de oro en su cueva de Anboto, colocando la madeja en los cuernos de un carnero que le sirven de devanadera”

Por otro lado, es de reseñar que el oficio de hilandera y tejedora, como típicamente femenino, permitía a las mujeres de antaño reunirse durante horas sin presencia masculina, y es de suponer también que estas reuniones (nocturnas) servían para mucho más que simplemente coser (entre otros aspectos por ejemplo, para establecer fuertes vínculos entre las mujeres de cada valle). Txema Hornilla argumenta que algunos ritos de pasaje femeninos pudieron estar relacionados con este oficio y con dichas reuniones:

“Mari, la diosa ancestral, suele llevar cautiva a una jovencita y la retiene por un tiempo en su cueva, enseñándole a hilar y desvelándole ciertos secretos. Nos hallamos frente al arquetípico esquema de la iniciación femenina, con la reclusión de la novicia en un lugar donde no ha de ver el Sol y en conexión, por tanto, con el simbolismo de la Luna como artesana del tiempo y tejedora de la existencia, concebida ésta a modo de laberinto, como un intrincado cruce de caminos (posibilidades de ser) sobre el que se cierne el destino. No en vano la tela de araña, imagen perfecta de este concepto, se llama en euskera amama sare , es decir, red de la abuela ( o lo que es lo mismo, red de los ancestros femeninos).” Txema Hornilla, “Zamalzain el chaman y los magos del carnaval vasco”

Mari como autoridad moral de la comunidad

“Mari atiende a quien acude a ella. Si alguien la llama en tres veces seguidas, diciendo Aketegiko dama, (Señora de AKetegi), ésta se coloca sobre la cabeza del invocante, según se contaba en la región de Zegama. En ciertos casos se pedía consejo a Mari y los oráculos de ésta resultaban verídicos y provechosos. […] Mari quiere que sean respetadas las personas, prescribe la asistencia mutua y el cumplimiento de la palabra empeñada. Condena la mentira, el robo, el orgullo y la jactancia. Los delincuentes son castigados con la privación o pérdida de lo que ha sido objeto de la mentira, el robo, etcétera. Es corriente decir que Mari abastece su despensa a cuenta de los que niegan lo que es y de los que afirman lo que no es: ezagaz eta baiagaz, «con la negación y con la afirmación », los hombres pierden sus bienes que luego pasan a las arcas de Mari.” J.M de Barandiaran, “Mitos del pueblo vasco”

“La sabiduría ancestral condensada en Mari, enseña que "lo dado a la negación la negación lo lleva"(Ezaí emana, eak eaman; Ezagaz eta baiagaz bizi emen da). Nos muestra que faltar a la palabra, al otro, a la tribu, es ser maldito por romper la ley de los antepasados (mairuak). El compromiso con la propia tierra, con los seres humanos fruto de ella, es ineludible.” Jakue Pascual y Alberto Peñalva, “El juguete de Mari”

"Mari castiga la mentira, la jactancia, la falta de ayuda al prójimo, encargándose, asimismo, de que se cumpla la palabra empeñada y, sobretodo, de que se lleve a término la voluntad de la madre. Igualmente, educa y transmite conocimientos (misterios) a la mujer.” Txema Hornilla, "Los heroes de la mitología vasca"

Ofrendas a Mari:

Harpeko Saindua en Bidarray (Baja Navarra). Lugar sagrado en el que originariamente se veneranba la imagen petrea de Mari.
Harpeko Saindua en Bidarray (Baja Navarra). Lugar sagrado en el que originariamente se veneranba la imagen petrea de Mari.

“Quien hace anualmente un obsequio a Mari no verá caer pedrisco sobre su cosecha (creencia de Kortezubi). El mejor obsequio que se le podría hacer era sin duda llevar a su cueva un carnero. En muchas leyendas del país aparece este animal como especie predilecta de Mari.

Es sin duda uno de los ritos de culto a Mari o a otros númenes subterráneos, la costumbre que hasta hace poco ha sido observada en Ataun y en algunos pueblos de Navarra, de echar piedras en las cavernas diciendo estas palabras: Au iretzat eta ni Jainkoarentzat, «esto para ti y yo para Dios». En Aralar los pastores practicaban esto mismo, echando piedras en los dólmenes de Obioneta y Ziñeko-gurutze, operación que era considerada como una oración.

En la planicie de Gaztelueta, situada al pie del altozano Beloki (también en Aralar) existe un túmulo formado con piedras y tierra, en el que hasta hace poco muchas personas echaban piedrezuelas en la luna llena. Lo mismo se practicó, al parecer, en los dólmenes Aizkomendi (en Egilatz) y en Chabola de la hechicera (Elvillar), a juzgar por los cantos rodados que, en gran cantidad, se hallan en sus túmulos.

Lanzar piedras en una charca sagrada es también otro rito: en una que existe cerca del sitio de Ujué echan piedras las mujeres que desean tener hijos, como también lo hacen en otra que existe junto al castillo de Javier.En Sara y en Liginaga es costumbre colocar piedrezuelas (a ser posible traídas de otro pueblo) en las copas de los árboles, esperando que, con tal ofrenda, lograrán que tales árboles den frutos.

En una leyenda de Aia se refieren las peripecias de una procesión que los pastores hacían a la cueva de Mari de Amboto para lograr que no cayera ningún pedrisco u otra tempestad que perjudicase a sus rebaños.

En la gruta de Arpeko Saindua (Bidarray) se celebra anualmente una romería en el día de la Trinidad. La supuesta zagala petrificada o Mari que allí se venera es invocada en casos de enfermedades de la piel y de los ojos. Ella, según se supone, efectúa las curaciones mediante el agua que se desliza por la superficie de su estatua estalagmítica. Los devotos le ofrecen velas, monedas y aun prendas de vestir utilizadas por los enfermos, las cuales se depositan en la misma gruta, según lo hemos señalado antes.” J.M de Barandiaran, “Mitos del pueblo vasco”


Mikelats y Atarrabi:

“Han sido muchos, muchos más de los que a muchos ministros de la Iglesia le gustaría reconocer, los habitantes que han afirmado, sobre Mari, que es un entrañable diablejo, a quien le gusta a menudo esconderse tras los azules mantos de la Virgen, y recibir las alabanzas que son originalmente dedicadas a la madre del cordero.

Ciertamente nuestros abuelos nos dijeron que ese entrañable diablejo llamado Mari, tuvo dos hijos: Mikeltas y Atarrabi. Con el tiempo uno se hizo cura, y este es Atarrabi, y el otro se fue a una recóndita cueva donde Etsai, el Diablo, enseñaba Brujerías y otras paganías diversas a aquellos que así lo solicitaban, este fue Mikelatz. Obviamente la Iglesia lo tiene fácil: uno es el bien (el cura), el otro es mal, pero no es tan sencillo.

En primer lugar esto nos cuenta un poco más de Mari, a través de sus retoños. Lo primero que nos dice es que Amalur, siendo fuente de todo, también es fuente del bien y del mal, y que por ende está por encima de cualquier concepto de dualidad. Está más allá de lo mortal, pero también más allá de lo inmortal, siendo Diosa, es en raíz más que Diosa y siendo humana (o con capacidad para procrear con humanos, como nos cuenta la leyenda en la que tiene un hijo con Don Diego López de Haro, señor de la Villa de Bilbao) es también más que humana.


Además, de Mari nos dice como ella conserva su posición como soberana, siendo su hijo Atarrabi el arquetipo del cristianismo, y Mikelatz el arquetipo de Paganismo, Mari nos confiesa los vehículos mediante los cuales apadrina (amadrina, en realidad) ambas espiritualidades, aparentemente en conflicto, pero complementarias para ella, de una forma que ya he ejemplificado más arriba. Mari, inteligentemente, crea un vehículo, Atarrabi, mediante el cual conservar su existencia aun con el cristianismo derramando agua consagrada por los antiguos lugares de culto. Su sangre corre por las mismas venas de los paganos (Mikelatz) y de los cristianos (Atarrabi) y así Mari se vuelve a auto-perpetuar sin necesidad de hombre. No se tiene que casar con el hombre extranjero, pues gracias a Sugaar, la serpiente macho, es capaz de crear a sus dos hijos, manteniendo la independencia y reafirmando su existencia.” Jack Green, “La Diosa Mari”

Mari y Sugaar

* Extracto del artículo de Guillermo Piquero "El concepto de biunidad del cosmos en las mitologías preindoeuropeas."


"La energía vivificadora celeste que impregna y propicia la fecundación de la naturaleza terrestre era representada por nuestros ancestros a través de la imagen simbólica del fuego de las alturas, del haz de luz alargado y luminoso que forman los rayos del sol o los relámpagos en sus sacudidas. Y así, concluyeron en identificar simbólicamente a esa fuerza inconmensurable que descendía desde las alturas, como un culebro de fuego (SUGAAR), como un dragón que penetraba en las simas y cavidades uterinas para fecundar a la Madre naturaleza (MARI).

(...) Así, mucho antes de que la mitología patriarcal del Génesis condenara al amante alado de Eva a morder el polvo y reptar sobre la tierra, antes de que el cristianismo romano lo convirtiera en el demonio al que San Jorge o San Miguel debían pasar por su lanza o espada, Sugaar, el culebro de fuego de la mitología vasca, era venerado como el amante de la Gran Diosa Mari.

De los retales culturales que consiguió rescatar el etnografo J.M. Barandiaran de la tradición oral vasca sobre las creencias relacionadas con esta pareja mítica, destaca la creencia de que la unión sexual entre Mari y Sugaar desata furiosas tormentas. Parece ser por tanto que los vascos, como otros pueblos indígenas, explicaban este fenómeno atmosférico como una unión sagrada entre el Cielo y la Tierra, entre los principios masculino y femenino de la naturaleza. Y así lo expresa el gran historiador de las religiones y mitologías arcaicas Mircea Eliade para quien la tormenta es el símbolo de la hierogamia Cielo-Tierra.

SUGAAR. Oleo de Paz Treuquil.
SUGAAR. Oleo de Paz Treuquil.

Por otro lado, la identificación del dragon como encarnacion animista del relámpago y por extensión de la energía celeste, se corrobora a través de los testimonios recogidos por Barandiaran en las comunidades rurales vascas de principios del SXX. Así uno de los consultados afirmó que suele atravesar el firmamento en forma de media luna de fuego, justo antes de una tempestad. Según otro testimonio su aparición es en forma de fuego, pero no se le ve la cabeza ni la cola; es como un relámpago.

Y en el mismo sentido, la etimologia de Sugaar es sumamente esclarecedora y a la vez polivalente: Por un lado podría ser "serpiente macho" o "culebro", de suge (serpiente) + ar (macho); pero otros autores también sugieren que su etimología podría significar "llama de fuego", de su (fuego) + gar (llama). En otras comarcas vascas también se le conoce como Suarra que podría traducirse como "gusano de fuego", de su (fuego) + arra (gusano). Finalmente en otras zonas responde al nombre de Sugoi, para lo que algunos autores sugieren la interpretación de "fuego de arriba o del cielo", de su (fuego) + Goi (arriba, cielo).


Estos relatos en torno a los amantes Mari y Sugaar pueden considerarse como una reliquia de la Europa primigenia, ya que conservan aún el simbolismo original del personaje del dragón como amante de la Gran Diosa y lo relacionan directamente con las celebraciones del Matrimonio sagrado neolítico. Por eso, en muchas leyendas europeas, incluidas las vascas, el dragón aparece vinculado al interior de una cueva, al útero de la Diosa-Madre, pues es ahí donde su energía vificadora permite la gestación de la vida. Más tarde, el cristianismo romano tergiversaría esta relación amorosa degradando a la Gran Diosa al papel de princesa y al dragón en un maligno y despiadado raptor. Así, el nuevo representante del principio masculino de la naturaleza paso a ser el heroe caballeresco patriarcal, que hundía su lanza o espada sobre el cuerpo del dragón para salvar a la princesa.

Un poco menos drastica fue la transición mitológica entre los vascos, pues la cosmovisión preindoeuropea pervivió hasta tiempos históricos recientes. Por eso, en vez de demonizar abiertamente a Mari y Sugaar, la nueva estirpe caballeresca se atribuyo ser parte de su linaje. Esto se aprecia claramente en la leyenda recogida por Lope García de Salazar en el SXV, dónde afirmaba que el mítico primer Señor de Bizkaia, Jaun Zuria, era hijo de una princesa y de un diablo, al que en Vizcaya llaman culebro.

San Miguel matando al dragón. Una imagen simbolica bien explicita para dejar claro las intenciones del cristianismo romano para con la cosmovisión pagana.
San Miguel matando al dragón. Una imagen simbolica bien explicita para dejar claro las intenciones del cristianismo romano para con la cosmovisión pagana.

El relato más temprano de la persecución mitológica de esta pareja de amantes aparece en el Antiguo testamento: "En el Génesis (que coincide con la fecha en la que algunos historiadores y arqueólogos datan la generalización de la revolución patriarcal, es decir, aproximadamente, en el 2.500 a.c.) la serpiente es el símbolo del mal, del demonio que induce a Eva al pecado y a desobedecer a Yavé, el Señor que representa el bien. Yavé, […] condena a Eva (y con ella, a todas las mujeres) por dejarse seducir por la serpiente a parir con dolor y a vivir bajo el dominio del hombre.” Casilda Rodrigañez

Con estas cariñosas palabras describen en el Genesis a la serpiente: “La serpiente era la alimaña más insidiosa de entre todos los seres creados por Dios” (Génesis 3, 1)

Algunas evidencias muestran que la serpiente del Génesis era alada, es decir, era un dragón. Sólo así entendemos porqué, tras el pecado original, se la condena a ir sobre su vientre y comer el polvo, dejando claro que antes, el suelo, no era su principal hábitat. Además deja clara la estrecha relación que existía entre el dragón y Eva cuando le dice que pondré enemistad entre ti y la mujer: “Porque has hecho esta cosa, tú eres la maldita de entre todos los animales domésticos y de entre todas las bestias salvajes del campo. Sobre tu vientre irás, y polvo es lo que comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y su descendencia." (Génesis 3:14-15).

Un pasaje del Apocalipsis deja definitivamente claro el asunto cuando se refiere a la serpiente como dragón: “Vi descender del cielo a un ángel que llevaba en su mano la llave de la gran gruta subterránea y una gran cadena. Apresó al dragón, a la serpiente antigua (esto es, el diablo o Satán) y lo encadenó por mil años. Lo arrojó a la gruta, cerró la entrada con la llave y la selló hasta que se cumplieran los mil años, para que no encandilará a la gente en adelante.” (Apocalipsis, 20).

SILUETA DE MARI. El Monte Anboto visto desde Urkiola. Según la tradición, en el se puede ver a Mari recostada. De izqda a dcha. : Melena, ceja, ojo, nariz, boca, barbilla y cuello.
SILUETA DE MARI. El Monte Anboto visto desde Urkiola. Según la tradición, en el se puede ver a Mari recostada. De izqda a dcha. : Melena, ceja, ojo, nariz, boca, barbilla y cuello.

Finalmente, y tomando como referencia a la lengua vasca, el euskera (la última lengua preindoeuropea de Europa Occidental), podemos entender un poco mejor el simbolismo arquetípico que contiene la “relación” entre Mari y Sugaar. Pues bien, en euskera la palabra relación se dice harreman, compuesta en su etimología básica por ar (masculino) eme (femenino), pero que también podemos interpretar desde la manifestación dinámica de estas dos energías, así tenemos: Har (tu) del verbo “coger, tomar” y eman, del verbo “dar, ofrecer”. Encontramos pues, en la etimología de esta palabra, una hermosa síntesis lingüística y filosófica de las dos polaridades energéticas de la naturaleza, cuya complementariedad (harreman) conforman la unidad primordial de todas los seres y procesos naturales.

SILUETA DE SUGAAR en las Peñas de Arangio (Junto al Monte Anboto). Según la tradición oral de Otxandio se puede ver al dragón tumbado. De dcha. a izqda: hocico, ojo, pata delantera y cuerpo alargado.
SILUETA DE SUGAAR en las Peñas de Arangio (Junto al Monte Anboto). Según la tradición oral de Otxandio se puede ver al dragón tumbado. De dcha. a izqda: hocico, ojo, pata delantera y cuerpo alargado.

Por tanto, y si proyectamos este concepto a las “relaciones” humanas, tenemos que para nuestros ancestros creadores del idioma y de la cosmovisión vasca, la armonía entre las personas se basaba en el equilibrio entre el “dar” y el “recibir”, entre ar y eme, entre lo masculino y lo femenino. Esta es la analogía contenida en las ceremonias del Matrimonio sagrado neolítico (hierogamia) en las que sus ritos se ocupaban tanto de armonizarse con las fuerzas duales de la naturaleza (femenino-terrestre y masculino-celeste) como con las “relaciones” humanas entre el hombre y la mujer. Y esto es, en definitiva, lo que simboliza y enseña la relación entre Mari y Sugaar: la armonía y complementariedad entre las dos polaridades de la naturaleza, lo que en la tradición alquímica se denomina andrógino sagrado."

Guillermo Piquero "El concepto de biunidad del cosmos en las mitologías preindoeuropeas."

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